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6.5

La fontana de oro

El escenario de LA FONTANA DE ORO (1870), café madrileño próximo a la Puerta del Sol y lugar de cita de escritores, artistas y políticos a comienzos del siglo xix, sirve a Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear el trienio liberal de 1820-1823. Publicada en 1870 y perteneciente al llamado ³periodo histórico² del autor, que habría de culminar con el prodigioso fresco histórico-literario que son los «Episodios nacionales», la novela reconstruye vívidamente unos años marcados por las reuniones clandestinas de los conspiradores, las tertulias de los viejos cafés, las manifestaciones populares a los sones del «Trágala», el funcionamiento de las logias masónicas y de las sectas ultramontanas y las ejecuciones infamantes de la Plaza de la Cebada.
  • ISBN 9788420638485
  • Nº PÁGS 440
  • AÑO 2007
  • EDITORIAL ALIANZA EDITORIAL

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Críticas para este libro

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FAUSTO

EL MANANTIAL GALDOSIANO

1870 fue el debut de Pérez Galdós como escritor. Se inició con un relato corto, “La sombra”, que contiene características fantásticas, románticas y psicológicas, algo distanciado a lo que serían sus narraciones e inquietudes futuras; sin embargo, se distinguen las peculiaridades de su inconfundible estilo.
Posteriormente, en el mismo año, se editó “La fontana de oro”. Se puede considerar la primera obra “genuina” galdosiana, que está a caballo entre sus 2 grandes divisiones novelescas: la narrativa social dentro del género denominado Realismo (considerado el primero) y la novela histórica que podría corresponder a la segunda serie de Episodios Nacionales. Esta publicación, y valga el símil, es la fuente donde manará su posterior literatura, tanto la prosa como la temática ya poseen su sello distintivo, aunque, en mi opinión, el inicio no tenga el tono dorado que alude el título. Continuando con la metáfora, estas primeras aguas argénteas fluyen y se transforman en tonos áureos en el curso de su producción, llegando a brillantes concepciones como “Misericordia” o “Fortunata y Jacinta”. Afluentes centelleantes que espero y deseo seguir descubriendo o “bebiendo” dentro de su inmenso cauce bibliográfico.

Contado en 3ª persona, es una figura casi omnisciente que, en momentos puntuales, es testigo de algunos sucesos. La voz narrativa se apropia de la esencia del novelista o, mejor dicho, este madrileño, nacido en Canarias, traspasa sus convicciones al narrador. Su naturaleza liberal, crítica y progresista está presente en los juicios y descripciones; es el baremo que guía y condiciona la lectura, donde al lector le es difícil sentirse objetivo ante estas intervenciones premeditadas. En toda situación y de cualquier tema se formula su opinión particular: plasma sus filias y fobias. La postura es demasiado evidente, y subrayar tanto su ideario no favorece a la intriga, pese a que se pueda concordar con su criterio. Un buen ejemplo son los malvados, que sufren una exagerada desfiguración y una acentuada sátira. Sin olvidar que en la mayoría de sus libros pululan personajes estrambóticos y ridículos con otros más cándidos e inocentes, en esta ocasión primeriza, Galdós retrata unas imágenes con señaladas diferencias, enfocando el físico y la psicología por unos espejos deformantes al estilo esperpéntico de su “admirador” Valle-Inclán, mientras que el trío abnegado lo sitúa tras un cristal claro e impoluto.

Se presenta a los protagonistas por el “efecto dominó”: el primero da pie a la introducción del otro, y así sucesivamente hasta configurar todo el elenco principal. El literato se reserva unos capítulos “adicionales” donde explica el pasado con aspectos colectivos, personales y morales de cada uno. Analepsis (o el anglicismo cinéfilo de flashback) que contribuyen a definir a las personas y aclaran sus vicisitudes situándolos en la escena.
Los elementos descriptivos, una de sus rúbricas estilísticas, se ocupan en confeccionar variados pormenores: “fotografiar” calles, ambientes, lugares madrileños (fondas, tabernas, pensiones, barrios marginados) y habitantes de diversa condición: pueblo llano, mendigos, eclesiásticos, y pertenecientes a las altas esferas. Su exhaustiva descripción de individuos (maneras, costumbres y vestimentas “hablan” de sus dueños) o cualquier clase de objetos están bajo un enfoque detallado, concluyente y con matices humorísticos. El humor (otra de sus improntas), ya sea incisivo y sarcástico, con ironía o un cariz más sutil, está incrustado en diversos cuadros descriptivos o de conversación.
El dialogo, especialmente cuidado, intenta reflejar la persona, su condición y estado, donde el lenguaje o jerga refuerza la condición propia y el estrato donde pertenece.

“La fontana de oro” está ambientada en el inicio del trienio liberal (1820-1823), pero sin perder la perspectiva de la época en que se escribió. En varias ocasiones compara ambos periodos en distintas facetas: política, sociedad, fisonomías, moda o el paisaje urbano de Madrid.
La línea argumental se divide en dos ramas principales, en las cuales una pasión distinta (la política y el amor) es el motivo principal, produciéndose “trasvases” de personajes en las dos direcciones.
La primera trama, personalmente la considero más atractiva, se centra en los movimientos políticos que bullen en la España de 1820. Un periodo revuelto ataviado en una amalgama de complots, intereses, fanatismos, sectas secretas, reuniones clandestinas y argucias de todo calado. Aquí el narrador saca a relucir su vena crítica y analítica (debo recordar la perspectiva ideológica), es el estudio del Realismo sobre la vida cotidiana, una réplica de la realidad que será pionera en nuestra literatura. No solo se limita a componer un cuadro histórico detallando las circunstancias políticas y asociaciones del momento, hará énfasis en la denuncia social, de gobierno e institucional, siendo la base de sus palabras. Volviendo a su opinión personal, toma claramente partido (nunca mejor dicho) por los liberales y en oposición a los realistas o absolutistas. Uno de los retratos, físico y moral, extremadamente sangrante (no tiene desperdicio) en todo el texto, se ejecuta en la figura del Fernando VII.
El segundo asunto tratado es un típico triangulo amoroso con propiedades de folletín o, para ser más exacto, de novelón melodramático. Encontramos los arquetípicos básicos para el drama lacrimógeno: de una parte el trío amante, cándido e inocente compuesto por huérfana miserable (en el sentido de infeliz, a semejanza de Cosette de “Los miserables”, valga la redundancia), un enamorado pobre, honrado y de principios, y acompañados por un leal amigo; de la “parte oscura” encontramos el tutor (y tío del joven) intransigente con un trío de arpías que velaran por la educación de la pupila desdichada. Dicho así, parece una historia vulgar y manida, sin embargo consigue desarrollar conceptos interesantes, nunca notables, al relato; especialmente por las personalidades del grupo malvado, a pesar de la descripción distorsionada comentada anteriormente. No sucede lo mismo con el carácter bondadoso de los otros protagonistas.
Aparte de estos dos argumentos principales, Galdós, como en otras creaciones posteriores, recalca otros temas generales y contenidos éticos: la hipocresía social, la intolerancia y la santurronería. Refiriéndome a este último aspecto, el “problema religioso” de España es una de sus muy hondas preocupaciones, el anticlericalismo es patente. Desfilan por las páginas clérigos de todo pelo: rijosos, tragones, bobalicones, ambiciosos o falsos. La beatería, con un papel importante sobre el dilema moral e identidad de la “mística”, será una de las cuestiones que frecuentemente aplicará en su obra.

Para terminar y para enlazar con la apología del trabajo galdosiano del primer párrafo, además de ser considerado, posiblemente, el prosista español más eminente y estimado después de Cervantes, Don Benito se ha convertido en el escritor “sin Nobel” más flagrante. Una conspiración, igual a las de este libro, integrada por enemigos políticos y envidiosos le impidieron obtener en su momento el pertinente galardón. No hay duda de que es el premio literario por antonomasia, no obstante, es evidente, entre los galardonados no están todos los que lo merecen y, por desgracia, tampoco son dignos todos los que están.


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