Citas del libro Lo que el tiempo olvidó
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Era normal ver a April y Amy corriendo por las calles de Brooklyn a las nueve de la mañana para no llegar tarde al colegio. Sin embargo en sus rostros no se reflejaba el agobio, si no más bien despreocupación y una divertida sensación de aventura. Pero esa mañana, marcaría un antes y un después en la vida de Amy. Impaciente por llegar a la escuela, la pequeña se soltó de la mano de su madre en la gran Avenida Flushing e hizo un intento por cruzar la calle aún con el semáforo en rojo. A April no le dio tiempo a gritar cuando un hombre se abalanzó contra Amy para evitar que fuera atropellada por un coche negro que iba a toda velocidad y la niña imprudente no vio. La rapidez con la que sucedió todo dio paso a los minutos más lentos y desconcertantes de April, Amy y todos los allí presentes. El mundo se detuvo, todo empezó a ir a cámara lenta. Los transeúntes miraron desde la lejanía la escena horrorizados, los coches se detuvieron y el Nissan negro que había causado el accidente por la poca precaución de la niña se había dado a la fuga. Amy observaba con desconcierto y miedo la escena, sentada desde la acera donde había aterrizado. April a su lado, miraba con los ojos vidriosos y el cuerpo sin recuperarse del susto, al hombre que había salvado a su hija. Yacía en el suelo inmóvil. April en un instinto por querer salvarle la vida, corrió hacia él al mismo tiempo que varias personas estaban avisando a la ambulancia. Al acercarse y ver el rostro del hombre, April se echó las manos a la cabeza. No fue la sangre que salía a borbotones por la cabeza del hombre lo que la conmocionó, si no la mitad de su rostro desfigurado por graves quemaduras de algún accidente anterior. La mirada del hombre quedaría grabada para siempre en la retina de April. Tendría unos cuarenta años y unos impactantes ojos azules de los que salían lágrimas al saber que en segundos, su vida habría acabado en el asfalto de la ciudad.
Lorena Franco