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El aliento negro de Dios

En el siglo XVI, saltándose las reglas monásticas, recogen a las puertas de un monasterio del Camino de Santiago a un hombre herido de muerte. El moribundo custodia con gran celo un libro que despierta el interés del viejo abad responsable de la comunidad de monjes, especialmente cuando pronuncia, en su febril agonía, la pa labra oro. Mientras el desconocido se debate entre la vida y la muerte, el abad se encerrará en su celda para leerlo durante la noche. El manuscrito resultará ser el diario de Francisco Gil de Sacramento, un adolescente que se ve obligado a emigrar con su familia a las Indias, huyendo de las deudas que han puesto precio a la cabeza de su padre. A la edad de dieciséis años, las duras condiciones en el Nuevo Mundo le harán enrolarse como soldado ballestero en la expedición que dirige un capitán llamado Hernando Cortés. En el diario se describirán las desventuras y miserias de este joven y pobre soldado durante lo que, finalmente, sería la sangrienta conquista de México.

Citas de El aliento negro de Dios

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Críticas para este libro

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Vasko

Nunca entenderé como tanta literatura basura alcanza el status de best seller mientras obras maestras como esta pasan desapercibidas.
Meticulosamente documentada, el autor nos cuenta la historia de un joven ballestero que junto a las tropas de Hernando Cortés parten a la conquista de México.
Además de ser una novela histórica cargada de aventuras, lo mejor de ésta es que está escrita con el lenguaje y el estilo del Siglo de Oro, y esto, lejos de dificultar la lectura, hace que ésta sea mucho más divertida sin que suponga en ningún momento un freno en su comprensión.
Francisco Gil de Sacramento, memorable protagonista, nos cuenta de primera mano y en perfecto castellano antiguo sus peripecias, desde su maleante juventud en su Sevilla natal hasta sus penurias en el nuevo mundo, y lo hace de forma magistral.
Creo que es una obra inconmensurable por su brillantez y que sería de justicia que ocupara un puesto relevante de nuestra literatura, y lo digo sin ningún complejo.
De incalculable valor es el ejemplar que tengo, con una cariñosa dedicatoria del gran Manuel Nonidez.


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