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Si no tardas mucho, te esperaré toda la vida

Todo parecía volver a la normalidad en la vida de Lucas. Después de mucho tiempo, había alguien que le volvía a dar sentido a su vida y todo volvía a ser perfecto en ella.

De nuevo, comenzaba a mirar hacia adelante y, lo mejor de todo, con alguien agarrado de la mano.

Se irían a vivir juntos a su piso hipotecado, amanecería abrazado a la persona que deseaba, los fines de semana del verano se irían a la playa para disfrutar de un buen baño, debajo de una sombrilla recién comprada, para poder alejarse de la ola calor que solía caer en la ciudad en esas fechas… En invierno, en cambio, se dedicarían a descargarse una película por Internet, hacer palomitas y pasar el sábado noche abrazados debajo de una manta, escuchando la lluvia golpear en los cristales, y deseando que llegara el final de esta para poder juntarse de nuevo con ella, pero esta vez en la cama.

¿Quién sabe? Lo mismo se plantearía pedirle que se casara con él, ¿por qué no? La quería y ella le quería a él, así que le diría que sí. Se irían a vivir juntos y, al cabo de dos o tres años de matrimonio, tendrían una niña preciosa. Se llamaría Lucía y serían felices para siempre. La historia de Lucas tendría un final feliz, por fin.

Esto, quizás, hubiera sido lo más fácil de escribir, ¿no? Lo que las películas y libros nos quieren hacer ver que es el amor pero, por desgracia, no siempre es así. No siempre uno recoge lo que siembra y, por más que se empeñe en cuidar la cosecha, esta no va a dar los frutos esperados.

Gente que aparece en medio de la relación para desestabilizarla, un desequilibrio en la balanza de sentimientos entre uno y otro, problemas económicos, miedo a tener una vida juntos, cicatrices —que aún no han cerrado— de amores anteriores.

Todo esto hace que esta historia, la historia de Lucas, no tenga el final esperado. Sufriréis con él con cada página que leáis, porque os sentiréis identificados con sus problemas, con sus inquietudes, ya que… ¿quién no ha luchado por un amor, sobre el cual todo el mundo nos ha dicho que no iría a ninguna parte y, aun así, hemos insistido hasta el final?

Hay situaciones en la vida en las que uno no quiere ver la realidad y se refugia en su mentira. Ya lo decía Groucho Marx: «¿A quién vas a creer, a mí o a tus propios ojos?».
  • AÑO 2015
  • EDITORIAL Luhu

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