Al destino le gusta jugar con nosotros y, a veces, justo nos empuja hacía abajo cuando ya estamos rozando el subsuelo.
Es curioso cómo nuestro cerebro es capaz de aislarnos hasta el punto de no dejarnos ver cosas tan obviamente claras.
La vida es así, rota, con hierba seca entre los huevos que deja la piedra de los adoquines.