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Therese Raquin
“Pretendí estudiar temperamentos y no caracteres. En eso consiste el libro en su totalidad. Escogí personajes sometidos por completo a la soberanía de los nervios y la sangre, privados de libre arbitrio, a quienes las fatalidades de la carne conducen a rastras a cada uno de los trances de su existencia.
Thérese y Laurent son animales irracionales humanos, ni más ni menos. Intenté seguir, paso a paso, en esa animalidad, el rastro de la sorda labor de las pasiones, los impulsos del instinto, los trastornos mentales consecutivos a una crisis nerviosa”.
Así presentaba Émile Zola Thérese Raquin (1867), su cuarta novela y la primera en la que toma forma literaria el ideario naturalista.
Thérese y Laurent son animales irracionales humanos, ni más ni menos. Intenté seguir, paso a paso, en esa animalidad, el rastro de la sorda labor de las pasiones, los impulsos del instinto, los trastornos mentales consecutivos a una crisis nerviosa”.
Así presentaba Émile Zola Thérese Raquin (1867), su cuarta novela y la primera en la que toma forma literaria el ideario naturalista.
- ISBN 9788486540722
- Nº PÁGS 238
- AÑO 2000
- EDITORIAL Edicions de 1984
DESVIO HACIA EL INFIERNO INTERIOR
En esta primera narración naturalista el autor aplica las tesis mencionadas recalcando su mirada en el interior de los amantes más que las condiciones sociales que les envuelven y oprimen. Así explica en su prólogo: “mi único deseo era buscar el animal que reside en un hombre y una mujer insatisfecha.” Los capítulos iniciales, a guisa de presentación, se describen los caracteres del trío protagonista: Therese, Camile (marido y, a la vez, primo) y Madame Raquin (suegra y también su tía). A modo de pinceladas nos bosqueja sus personalidades infectadas de pequeñas mezquindades y caprichos egoístas, cuya inicial descripción de la lúgubre calle y la oscura tienda que regenta la familia es el fiel reflejo de Therese: pensativa, fría y hastiada. Huérfana desde niña, su tía se hizo cargo de ella con una educación represora que replegó su fuerte y fogosa naturaleza hacia una total sumisión y una indiferencia ante todo estimulo vital; todo ello en pro de los cuidados de su enfermizo y mimado primo, que con el paso de los años fue “natural y normal” que se convirtiera en esposo. La existencia transcurre gris, sombría y monótona, donde la hipocresía afianza la tranquilidad de la apariencia exterior y sepulta la fogosidad interior. Pero, al igual que un volcán latente, una “chispa” es capaz de provocar el ardor de la pasión velada. Este estímulo es el amigo de Camile, Laurent, que desencadena en Therese el instinto de mujer, floreciendo su deseo y las ganas de vivir.
El adulterio, a pesar de ser un tema recurrente en la literatura, ha dado obras maestras que “curiosamente” el título nombra a la esposa infiel: “La letra escarlata”, “Madame Bovary”, “Ana Karenina”, “La regenta”, etc., cuya piedra angular se apoya en la crítica social, el matrimonio, los convencionalismos y el sufrimiento de los enamorados con su dilema ético. Zola con esta corta pero intensa novela, para mí a la misma altura (o casi) de las mencionadas, se ha centrado especialmente en el estudio psicológico de la pareja adúltera, integrando en el argumento una importante variante como es el crimen pasional.
Infidelidad y asesinato (mimbres con los que la novela negra se ha nutrido) son los componentes para escapar de la cárcel que supone la insustancial existencia. Un atajo peligroso que, paso a paso, trocará esa prisión labrada desde la infancia por un desvío hacia el tenebroso infierno interior. Es un vínculo común que establece un abismo entre los dos amantes y que, paradójicamente, ligará a los dos con más fuerza que la impulsiva pasión que los unió. Zola, a modo de guía como Virgilio en la “Divina Comedia”, nos adentrará en este averno particular y que cada capítulo significará una bajada más profunda a los “círculos dantescos”. El crimen (representado por varios símbolos a lo largo de la historia) producirá una metamorfosis en sus temperamentos que engendrará temor, culpa, remordimiento, violencia o la pérdida de confianza en sí mismo y en el otro; serán las mortificaciones que deben pagar y padecer, una decadencia moral que no siempre será igual en intensidad y afectación en cada miembro de la pareja. La búsqueda de un remedio para su mórbida situación será su única tabla de salvación.
El novelista se ha centrado exclusivamente en individuales asuntos psicológicos, dejando a un lado cuestiones sociales, políticas o laborales que si acometerá en sus posteriores obras. Sin embargo en el capítulo 13, con la descripción descarnada (nunca mejor dicho) de los cadáveres de la Morgue, Zola “disecciona” no sólo la podredumbre de la carne a la que todos estamos abocados, sino revela la mezquindad del alma al pormenorizar la “fauna humana” que visita estos lugares para satisfacer sus deseos de curiosidad, diversión, morbidez y sexuales. Un episodio realmente crudo donde es fácil imaginar el rechazo del lector decimonónico con un mohín de repugnancia y que al lector moderno le causará, como mínimo, cierta perplejidad ante imágenes tan ásperas.
El estilo y la filosofía zolaina con su énfasis en el detalle (exterior e interior), su expresión fría y ruda y todo ello bajo un enfoque riguroso, creará una atmósfera asfixiante que sumergirá al lector.