Citas del libro La larga marcha
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Sólo Baker permaneció en silencio. Y resultaba extraño, porque hasta Garraty llegó una vaharada de olor a madreselva que le recordó Louisiana, el estado natal de Baker. Casi pudo oír el croar de las ranas en los estanques y el canto sudoroso e indolente de las cigarras mientras taladraban las cortezas de los esbeltos cipreses para recluirse en su sueño de diecisiete años. Y tuvo una visión de la tía de Baker en su mecedora, con los ojos soñolientos, sonrientes y vacíos, sentada en el porche escuchando el crujido de la electricidad estática y unas voces lejanas en el aparato de radio incorporado a la consola de ébano, astillada y agrietada. Sonriente y soñolienta. Meciéndose, meciéndose, meciéndose... Como un gato que ha llegado hasta el pastel y ha quedado plenamente satisfecho.
Stephen King
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Garraty no notaba los dedos de los pies. Los movió dentro del forro deshilachado de los zapatos y no notó nada. El dolor de verdad no lo tenía ahora en los dedos, sino en los arcos. Un dolor agudo, que le laceraba hasta la pantorilla como una cuchillada cada vez que daba un paso. Se acordó de un cuento que su madre le contaba cuando era pequeño. Era sobre una sirena que quería ser mujer. Ella tenía cola de pez, pero un hada buena o algo así le había dicho que podría tener piernas si lo deseaba lo suficiente. Cada paso que diera en tierra firme sería como aminar sobre cuchillos pero, si quería tener piernas, las tendría. Y la sirena dijo que sí, que aceptaba, y así empezó la Larga Marcha. En pocas palabras...
Stephen King
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-De todos modos, nunca he hecho de peón camionero, ni he cavado zanjas. Ni una sola en mi vida. Entré a trabajar en una fábrica de sábanas cerca de Phoenix, a tres dólares la hora. Yo Cathy somos felices - añadió Scramm con una sonrisa-. A veces estamos viendo la tele, y Cathy me abraza y dice: <
Stephen King> Cathy es un bombón.
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Oír el escurrirse de los pasos, mientras los Marchadores se apartan de la línea de fuego, dejándole solo, como una ofrenda de sacrificio. Y los susurros. <
Stephen King> Quizás tendría tiempo de oír la risa de Barkovitch mientras se calzaba sus metafóricos zapatos de baile una vez más. El recorrido de los fusiles hasta centrar el disparo, y...
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La calzada le fascinaba. Sería tan fácil y maravilloso sentarse sobre aquel asfalto... Empezaría por ponerse en cuclillas, y las rígidas articulaciones de las rodillas crujirían con el sonido de una pistola de aire comprimido de juguete. Pondría luego las manos sobre la fría superficie rugosa y bajarías las nalgas hasta sentir que la gimiente presión de los setenta y tres kilos abandonaba los pies... Y luego tenderse, dejarse caer de espaldas y quedarse así, abierto de brazos y piernas, sintiendo cómo se estira la cansada columna..., contemplando el círculo de árboles y la majestuosa rueda de las estrellas...sin oír los avisos, mirando..., sólo mirando al cielo y esperando... esperando...
Stephen King
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El rostro de Jan apareció de nuevo en sus pensamientos. Pensó en el beso que le había dado por Navidad, hacía ya casi medio año, bajo el muérdago de plástico que su madre siempre colgaba del gran globo de luz de la cocina. Tonterías de críos. Recordó que los labios de Jan habían parecido sorprendidos y tiernos, sin resistencias. Un beso bello, para soñar con él. Su primer beso de verdad, que repitió más tarde. Al acompañarla de vuelta a casa. Se habían detenido en el camino del garaje, quietos bajo la silenciosa semioscuridad de la nieve navideña. Entonces había sido algo más que un hermoso beso. Él había puesto sus manos en la cintura de Jan, y ella le había pasado los brazos en torno al cuello, muy apretada contra él, con los ojos cerrados (él había abierto un instante los suyos), la suave sensación de sus pechos -amortiguada por los abrigos, naturalmente- contra él. Había estado a punto de decirle entonces cuánto la amaba, pero no..., eso habría sido ir demasiado de prisa.
Stephen King
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-No me habéis entendido - dijo Garraty, más exasperado que nunca-. Con sopas de patatas o con buenos filetes, con mansiones o con chabolas, cuando uno muere todo se acaba: te meten en el hoyo, como a Zuck o a Ewing, y eso es todo. Lo único que pretendo decir es que prefiero vivir día a día. Si la gente se preocupara sólo del día presente, viviría mucho más feliz.
Stephen King