Ninguno veía en la sonrisa desvalida de aquel delgado adolescente el sufrimiento de un alma que se hunde y, ahogándose, lanza miradas angustiosas y desesperadas.
Algo había cambiado en él. El alma del niño se había trasladado a otro paraje, donde revoloteaba temerosa y desorientada, sin conocer aún un lugar de reposo.
Su ideal era avanzar y jugar un papel, pero no el papel romántico y arriesgado. Por eso se mantuvo temeroso en su rincón. Aún podía salir de él y ser valiente, pero de instante en instante esto se hacía más difícil; y cuando quiso darse cuenta, su traición era un hecho.