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Crítica de FAUSTOLa lluvia amarilla

FAUSTO

INFINITA SOLEDAD
Es una de las historias más sombrías y melancólicas que he leído y, a la vez, una de las que más me han fascinado; tanto su prosa poética, la estructura singular y el grado de reflexión (independientemente de las circunstancias particulares del protagonista: un solitario aldeano) que suscita en el lector, son atributos que le envuelven en una atmósfera desesperada y netamente angustiosa llegando a “tocar y paralizar” el corazón.
Aunque harto diferentes en estilo, “La lluvia amarilla” me ha recordado a 2 libros de Miguel Delibes que incluso se pueden hacer unos sucintos paralelismos: “Cinco horas con Mario” y “El disputado voto del señor Cayo”. De la primera tienen en común el extenso dialogo interior del narrador y el “ajuste de cuentas”; de la segunda la soledad y la dura vida rural, y aquí terminan las comparaciones.
Obra redactada en un soliloquio ágil, ameno e inteligente que abarca todas sus vertientes, desde narraciones de recuerdos, especulaciones de posibles futuros, descripciones de pensamientos (sensaciones, deseos, ideas y temores) hasta detalles de sueños o visiones. Por tanto están expuestos los tres tiempos, principalmente el pasado, y las dispares existencias: realidad, imaginación, ilusiones y alucinaciones, especialmente haciendo hincapié en la primera. Las distintas y variadas “capas” del monólogo son combinadas a la perfección sin estar sujetas a un imperativo cronológico (no es una narración lineal) sino a un rigor más “sabio” e ineludible como es el sentir más profundo. Este original armazón es embellecido por un lenguaje lírico, intimista, metafórico y discursivo.
Ya desde las primeras líneas el argumento y estilo (ambos relacionados íntimamente con el escritor, es hijo de un ambiente rural y sus primeros pasos literarios fueron en la poesía) me han cautivado con una “seducción morbosa”. El capítulo inicial comienza por el “final” (no es spoiler) cuando nos presenta el inhabitable y casi inhabitado pueblo de Ainielle y como se describe la abrumadora desolación que le rodea; allí unos campesinos se adentran entre las tétricas y amenazadoras ruinas para encontrar el cadáver de Andrés, el último vecino de la aldea que morirá con él. La escena es fruto de la imaginación del propio moribundo, no obstante, no hay duda de la veracidad de su premonición: antes o después tendrá lugar esa “expedición” cumpliéndose su presagio.
A partir de aquí el monólogo interior se retrotrae para indagar las causas de la áciga situación de Andrés, no de una forma ordenada y progresiva pero si de una manera cíclica y temática abarcando todos los posibles ángulos.
La naturaleza, los paisajes y la climatología son factores inherentes de la narración donde los sonidos (y su ausencia), olores, colores y emociones juegan un crucial papel: son acordes el ambiente exterior y el interior del protagonista. Elementos naturales (el frio, la nieve, la lluvia, el fuego, el viento, el río, etc.) y diversos objetos cotidianos son esbozados por Llamazares con un claro significado simbólico. Una metáfora se repite regularmente por todo el texto: una lluvia amarilla que respira en varias situaciones, tiene la forma visual de la caída de las hojas otoñales siendo la representación del tempus fugit. Este transcurrir de los años posee varias “lluvias amarillas” que indican todas las acepciones la existencia finita: muerte, decrepitud, dolor, tristeza, memoria, olvido.
El abandono y la soledad, las principales fuentes de sus evocaciones, son un maremágnum de turbaciones. Andrés hace un exhaustivo repaso y sus divagaciones le llevan a numerosas vicisitudes de la vida. El amor a una tierra, la tradición, la identificación con un lugar y sus circunstancias sólo son constantes en la figura de Andrés, sus raíces están entroncadas en Ainelle.
El desamparo es la única constante, tanto por parte de su familia como los antiguos vecinos la única vía es la “huida”. Una deserción que tiene varias caras, desde la muerte, el éxodo o el alejamiento de la aldea. Es testigo de un progresivo abandono y como únicas respuestas son la apatía y la dejadez. Sólo se mantiene fiel una perra, el único ser que permanece a su lado hasta el fin de sus días (se me hace un nudo en la garganta al recordarlo). Un animal predestinado, como su amo, a la soledad, ya que desde su nacimiento carece de congéneres, y por carecer no tiene ni nombre, no hay necesidad de distinguirla de otros chuchos.
Esplendida obra escrita con sencillez y, a la vez, de gran profundidad psicológica y filosófica. Sus páginas nos hacen deliberar sobre multitud de temas (afrontar la muerte, el discurrir del tiempo, la añoranza es mudable, la identidad individual y de una comunidad, amor a la Naturaleza, las relaciones humanas, el vacio y la angustia, los sentimientos contrapuestos, el dolor de los recuerdos) y su emotividad nos impacta.
“La lluvia amarilla” es una corta historia que se puede leer fácilmente de un tirón, siempre es un buen síntoma, pero que, inusualmente en mí, he preferido “alargar” su lectura, no para disfrutar por más tiempo del texto sino para saborear y meditar más sobre el escrito. Una lectura enriquecedora que se mantendrá permanentemente en la memoria o, al menos, intentaré rescatar del posible olvido.


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