Hay que ser avaros con el dolor.
Mientras lo hería con risotadas de sarcasmo, apoyóse en la roca enhiesta. Hubo un instante en que creí que fuera a caer. Mi voz lo había traspasado como una lanza.
Mi corazón es como una roca cubierta de musgo, donde nunca falta una lágrima.
El amparo que ahora te pido no es el de tu dinero, sino el de tu corazón .
El lazo que a las mujeres te une, lo anuda el hastío. Por orgullo pueril te engañaste a sabiendas, atribuyéndole a esta criatura lo que en ninguna otra descubriste jamás, y ya sabias que el ideal no se busca; lo lleva uno consigo mismo.
En vano mis brazos -tediosos de libertad- se tendieron ante muchas mujeres implorando para ellos una cadena.